¿Cuánto hace que no ves una luciérnaga?
© Gustavo Duch |
La buganvilia cubriendo las paredes de piedra de una magnífica masía y junto a
ella una mesa colmada de buenos alimentos que una alegre familia se dispone a
compartir acompañados por una música que no sabemos de dónde sale.
Dos parejas
guapísimas bailando al calor de una hoguera una noche de luna llena en una
playa mediterránea, mientras saborean cervezas bien fresquitas… De un tiempo a
esta parte, estas son las imágenes estereotipadas del verano que se nos
presentan enlatadas en una pantalla.
Para generaciones como
la mía, que ya acumulamos mucha juventud, el verano estaba asociado a otras
expresiones como, por ejemplo, el electrizante espectáculo de observar la
aparición de las luciérnagas. Pregunto, ¿cuánto hace que no se encuentran con
uno de estos gusanos de luz? Lamentablemente conozco la respuesta mayoritaria:
varios años, muchos años.
La ciencia nos explica
muy bien que la desaparición de las luciérnagas y millones más de especies
animales y vegetales, se puede considerar como la sexta extinción. En Europa,
por poner algunas cifras sobre la mesa, las poblaciones de aves agrarias y de
las mariposas de pastizales, que dicen son buenos indicadores de la globalidad,
han disminuido en más de un 30% desde 1990 hasta ahora. En el caso concreto de
Catalunya, el pasado diciembre del 2019 la Generalitat hizo pública cifras que
indican que tenemos el 75% de las especies “en estado de conservación
desfavorable”.
A diferencia de las
cinco anteriores extinciones cuyas causas fueron fenómenos naturales como
meteoritos o glaciaciones, una especie de dos patas, que dicen es racional, es
la responsable de esta agonía. Si seguimos en el maravilloso reino de los
insectos, el informe titulado ‘El Atlas de los Insectos’- recientemente
publicado por Amigos de la Tierra y la Fundación Heinrich Böll- confirma que su
brutal declive se debe, con absoluta seguridad, al uso de los pesticidas en los
sistemas de agricultura industrial. Qué paradójico resulta que se permitan unas
prácticas para producir alimentos que, acabando con los insectos, no solo
elimina emociones lumínicas o molestosas picaduras, sino que pone en riesgo
justamente el abastecimiento alimentario. Porque como explica el documento,
“los insectos mantienen el sistema ecológico del planeta en funcionamiento y
aseguran nuestro suministro de alimentos: el 75% de nuestros cultivos más
importantes dependen de la polinización de los insectos, los insectos mejoran
la calidad del suelo y reducen las plagas de las plantas al descomponer el
estiércol y la materia vegetal muerta”.
Daría un poco de luz al
futuro la aparición de alguna decisión política valiente que confinara el
negocio de las tres todopoderosas multinacionales que controlan el 70% de la
comercialización de pesticidas en el mundo e impidiera el ecocidio que nos está
suicidando. Me temo que, como las luciérnagas, la valentía política está
prácticamente extinguida.
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